Ricardo, me has convencido. Cierra el negocio.
¡Ricardo, cierra el negocio!
Me mira sorprendido. Yo sé que no esperaba esa respuesta, pero no tengo tiempo para discutir con nadie.
Hacía poco más de media hora que me había estado esperando a la puerta de su carnicería. Desde lejos se veía el rótulo del establecimiento que decía exactamente “Carnicería”, ni más ni menos, sin mensajes, sin particularidades, sin rastro de un lema que le identifique, sin connotaciones emocionales, solo eso, una descriptiva palabra, “carnicería”.
Recuerdo el primer día que estuvo en mi curso y al acabar se acercó para decirme que todo lo que yo decía estaba muy bien, pero que luego en la realidad, todo eso no funciona, porque los clientes son unos desagradecidos.
Yo ya sabía que iba a ser un hueso duro de roer, pero me lo había tomado como un reto. Además, ¡qué leches! aquel hombre me caía bien.
Al verme levanta la mano y yo le devuelvo el saludo.
Ricardo es un hombre grandón, de apariencia de oso afable.
Ricardo cuenta ya sesenta y muchos años.
Ricardo tiene una enorme nube de color gris oscuro sobre él, que le da una sombra que no puede ver, porque vive sumido en ella desde hace demasiado tiempo.
Al entrar en su comercio me enseña el local y voy derecho a ver los expositores…
El negocio es pulcro como pocos. Me enseña la cámara, y ni Chicote podría poner una pega a la limpieza. Se lo digo con admiración y él me contesta: “Sí, pero no me compran… Aquí te puedes esforzar en todo lo que haga falta que al final el cliente te dice que muy bien… pero no te compra.”
Ricardo no sabe dar respuesta a esa pregunta. Pero sabe pasarse cuarenta minutos contándome casos de favores que ha hecho a clientes, que luego no han sido correspondidos, y la frustración que eso le genera. Está convencido de que los clientes son unos desagradecidos y él no tiene ganas ya de seguir peleando para seguir decepcionándose.
Por eso le miro fijamente y con absoluta seriedad le digo: “Ricardo, cierra el negocio”.
Él parece despertarse al oír eso y me mira desconcertado. Yo le repito lo mismo, pero más despacio, para darle toda la importancia a la frase... Y añado: “Me has convencido, Ricardo. Yo venía a ver si te podía echar una mano, pero veo que no se puede hacer nada, así que me voy a otros comercios donde sí pueda hacer algo”.
Parece que no va a decirme nada, así que me canso de esperar a que reaccione y me la juego. Cada vez tengo menos miedo a jugármela, lo reconozco. Cosas de la edad, supongo.
Y le digo:
Juro por Dios que, en este punto, Ricardo ya se ha ganado mi corazón y me duele en el alma lo que le digo, pero sé por qué lo hago. Y prosigo…
Ricardo, aún desconcertado, me dice que me va a regalar una cosa para que la lea y va a buscar un libro de las fiestas del pueblo de hace unos años. Lo abre y me enseña un artículo a doble página que habla de su negocio, de cómo sus antepasados abrieron la carnicería hace muchísimos lustros.
El artículo recuerda cómo sus bisabuelos hacían las matanzas antiguamente, cómo su abuelo era un hombre muy querido en el pueblo, cómo se hacía para conservar las carnes antiguamente, los secretos para hacer unos embutidos que eran muy apreciados en toda la comarca, cómo se vendían los despieces a la salida de misa y que las mejores piezas se guardaban para las familias ricas…
A todo esto, el artículo incluye unas fotos curiosas impresionantes del establecimiento, de los clientes y de su propia familia, que realmente son documentos históricos de mucho valor.
Miro a Ricardo y no me aguanto…
En ese momento veo que a Ricardo se le humedecen los ojos y
le cuesta aguantar el tipo. Esquiva mirarme, pero los dos sabemos que acabo de
tocar de lleno su corazón.
Cuando por fin se recompone me dice que nunca se ha dado bombo ni publicidad, que no le gusta presumir, pero que cuando ha intentado hacer algo, su mujer y su cuñada le han dicho que todo eso no vale para nada, y que le suelen quitar las ideas de la cabeza.
Ahí es cuando todo empieza a encajar. Empiezo a entender a Ricardo. Empiezo a ver que todas las críticas acerca de lo aprovechados que son los clientes no son suyas. Él solo repite lo que le dicen personas a las que quiere. Palabras bien intencionadas, seguramente, eso espero y supongo, pero cargadas de negatividad. Hay lastres que no son físicos, pero pesan como losas enormes y tremendas.
Me salgo a la puerta y le pido que me acompañe. Le pregunto
si ha pensado una frase que le defina y que sea bonita, y me dice que ha
pensado “calidad y tradición”. Yo le digo que esa no va a ser su frase, que va
a ser “respetando el sabor de la tradición desde... y añadiendo el año de
fundación del negocio”. Me mira, sonríe, y me dice que le gusta. Por primera vez veo la ilusión en sus ojos.
Mira... vas a poner un cartel enorme
en la fachada, en el lateral de la puerta, contando precisamente lo que hay en
este artículo y con las fotos que salen en él. Vas a mostrar el orgullo que
sientes por tu profesión y por tu negocio, y lo vas a pregonar a los cuatro
vientos. Y no me digas que ya te conocen en el pueblo y no hace falta, porque,
de vez en cuando, hay que decirles a los clientes bien alto: “AQUÍ ESTOY YO”.
Vas a hacer un flayer con esa misma historia por un lado, y por el otro vas a poner ofertas para las cenas de navidad y un numero de WhatsApp para recibir pedidos. Y vas a poner que si te hace esos pedidos hasta cierta fecha se lo entregas en su casa gratis. Adjuntamos también un plano de ubicación y se buzonea el pueblo entero y los de alrededor.
¡Ah! y otra cosa, entre todos los clientes que vengan a hacer una compra hasta el mismo día del roscón, sorteas las chuletas de cordero o un redondo de ternera relleno para la cena de esa noche.
Y ya hablaremos de grabarte unos tutoriales con recetas o sugerencias y hacerlos virales en redes
- Pero yo no sé hacer todo eso.
- Yo sí. Yo lo hago contigo. Pero te
lo piensas y me llamas tú a mí. Yo no voy a estar detrás de ti. Si quieres que
te ayude, yo te ayudo, pero da tú el primer paso. Siéntete orgulloso de tu negocio, saca
pecho y conseguirás que los vecinos se sientan orgullosos también de ti, porque tu
comercio es historia de este pueblo, porque hay razones para estarlo, ¡leches…!
Cuando me voy le dejo pensativo y con brillito en los ojos. Sé que se siente orgulloso de su oficio y espero contrarrestar su negatividad con la fuerza que le dé darse cuenta de lo que realmente valen él y su negocio.
Al pasar de nuevo por su puerta, volviendo de visitar otros comercios, le veo con un grupo de personas. Me saluda desde lejos y me dice que le está contando a su hermana lo que hemos hablado…
En la clase que doy después a todos los comerciantes, no lo puede evitar y vuelve a ser el gruñón que dice que todo lo que digo está muy bien, pero que en la realidad luego todo es muy difícil, y que los clientes son unos desagradecidos. Seguramente ya habrá hablado con quien alimenta su nube gris.
Yo le digo bien alto, delante de todos, que aún tengo la esperanza de que se ilusione, me llame, nos ilusionemos juntos y nos pongamos a trabajar. Y que, si yo tuviera que apostar por un negocio de toda la localidad, lo haría por el suyo sin dudarlo. Que le toca a él dar el paso.
Hoy estoy mirando el teléfono de reojo de vez en cuando.
Yo no pierdo la esperanza.
Yo espero que Ricardo me llame.
LM.
No desistas con él. Es muy difícil quitarte algo que te han inculcado.
ResponderEliminarEs un buen hombre, pero tiene que dar él el primer paso. Así que sigo mirando el teléfono a ver si suena...
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