Ricardo, me has convencido. Cierra el negocio.
¡Ricardo, cierra el negocio! Me mira sorprendido. Yo sé que no esperaba esa respuesta, pero no tengo tiempo para discutir con nadie. Hacía poco más de media hora que me había estado esperando a la puerta de su carnicería. Desde lejos se veía el rótulo del establecimiento que decía exactamente “Carnicería”, ni más ni menos, sin mensajes, sin particularidades, sin rastro de un lema que le identifique, sin connotaciones emocionales, solo eso, una descriptiva palabra, “carnicería”. Recuerdo el primer día que estuvo en mi curso y al acabar se acercó para decirme que todo lo que yo decía estaba muy bien, pero que luego en la realidad, todo eso no funciona, porque los clientes son unos desagradecidos. Yo ya sabía que iba a ser un hueso duro de roer, pero me lo había tomado como un reto. Además, ¡qué leches! aquel hombre me caía bien. Al verme levanta la mano y yo le devuelvo el saludo. Ricardo es un hombre grandón, de apariencia de oso afable. Ricardo cuenta ya sesenta y...